JULIÁN EZQUERRA LATAS

Julián Ezquerra y Petra Ezquerra. Foto: Salomé, mármol y tierra.

JULIÁN EZQUERRA LATAS

Alcalde de Sobradiel. 47 años.

Julián Ezquerra Latas, nacido en Sobradiel en 1893. Era labrador y comerciante en su pueblo, donde regentaba una tienda. Tierras y casa eran arrendadas al Conde de Sobradiel, como todo el resto de sus convecinos en el municipio.
Julián estaba casado con otra sobradielera, Petra Ezquerra, y tenía cinco hijas y un hijo: Salomé, Visitación, María, Carmen, Piedad y Julián. Convivía también en la casa un peón, el epilero Mariano Maisanova, que ayudaba en las labores del campo y del comercio.
Su hijo lo describe en Un ayer que es todavía como un hombre que tenía la capacidad de juzgar rectamente, un hombre incapaz de doblez, que se enfrentó al caciquismo latifundista y a la hipocresía clericales, siempre en defensa de los derechos y libertades de todos los colonos, que se esforzaba por elevar la cultura de su pueblo, creyente del lema regeneracionista de Costa  que consistía en dar al pueblo Escuela y  Despensa. Era además, según nos recuerda su hijo, un padrazo y un gran amante de su esposa.

Julián Ezquerra Latas fue el primer alcalde democrático de Sobradiel. Sobradiel era un municipio en el que todas las tierras y casas pertenecían a un conde del mismo nombre. Los colonos que trabajaban la tierra estaban sometidos a la renovación de los arriendos que debían de hacer con el conde y ello le convertía en dueño omnipotente de la localidad. Tan solo unas semanas antes de la proclamación de la República, los vecinos de Sobradiel escribían al último gobierno de Alfonso XIII relatándole lo que consideraban abusos de carácter feudal en pleno siglo XX y en una localidad próxima a una gran ciudad como Zaragoza. Cuando los labradores de Sobradiel se asocian a la Liga Nacional de Campesinos, una asociación moderada de labradores, el conde intenta expulsar de sus tierras a los arrendatarios de sus tierras que estaban en la junta directiva de la Liga y a sus madres.
Las elecciones del 12 de abril de 1931 supusieron un cambio radical sobre el control del municipio. Un conjunto de Vecinos del pueblo, encabezados por Julián Ezquerra, presentaron una candidatura republicana que les dio el mando sobre el ayuntamiento, desde el que pretendieron modernizar y librar del dominio condal al municipio. Símbolo de ello fue el cambio del nombre de la calle del Conde por el de Fermín y Galán, militar fusilado meses antes por protagonizar un pronunciamiento republicano en Jaca y que los republicanos convierten en un mártir de su causa. Los informes sobre Julián los sitúan en Izquierda Republicana, pero es posible que estuviera en alguna otra formación previa.


Su hijo recuerda que el mismo día que se dio el golpe de estado un vecino de Sobradiel, apodado el Diablo, se acercó a la puerta del café y le pegó un tiro a otro vecino republicano. Sería la primera víctima. Ante el peligro que suponía para la República el golpe de estado acudieron a verlo algunos labradores ligados al anarcosindicalismo de CNT y FAI, los Miravalles y los Albañiles, a los que el alcalde les recriminó los problemas que había causado a la estabilidad de la República las huelgas convocadas por sus organizaciones y cómo habían propiciado esta situación. No obstante, se organizaron para prepararse por si ocurría lo peor. Cogieron las escopetas de caza, establecieron enlaces, atrancaron puertas y quedaron pendientes de las noticias de la radio.
El general Cabanellas, jefe de la V División Orgánica de Zaragoza, da un mensaje tranquilizador, acabando con un ¡Viva la República!. El mensaje es una argucia, pues Cabanellas apoya a los golpistas y colabora rápidamente con la detención de aquellos ciudadanos que habían respaldado al Frente Popular.
El relato de Julián hijo narra que a la tarde se oyó un galopar de caballos y aparecieron en la plaza de Sobradiel la guardia civil, fusil en ristre, posiblemente a completar lo que “el Diablo” había comenzado. La guardia civil se encontró con calles vacías, puertas y postigos cerrados y no pocas escopetas tras las ventanas siguiendo el caracolear de los caballos.
Sobre las diez de la noche regresaron de nuevo varias parejas de la guardia civil, pero esta vez en camiones, que aparcaron en la plaza. Se dirigieron directamente a la puerta de la casa del alcalde, a la que martillaron con las culatas de sus fusiles, gritando:
- “Señor Alcalde, abra a la Guardia Civil”
El hijo del alcalde recuerda de este modo a quién detuvo a su padre:
- “Aquel aborto de rata cuartelera que era el cabo de la guardia civil, vociferaba borracho de vino y odio en la plaza golpeando rabioso la puerta…”

Julián vio claro lo que se le veía encima e intentó escapar por el corral, pero su esposa se lo impidió abrazada a él. Mi padre se calmó y, sereno, se dirigió a la puerta que seguía golpeando la guardia civil. Al abrirla, allí estaba el cabo apuntándolo con el fusil.
La guardia civil le ordenó que los acompañara a la casas de otros vecinos para que así abrieran las puertas y llevarlos al cuartel “para hacer una declaración”, acompañado por su hijo de trece años. La compañía del niño serviría para poder garantizar que el alcalde no opondría resistencia.
Llamaron a las puertas de varias casas, de las que afortunadamente habían huido sus moradores. Solo pudieron encontrar al tío Pedro Álvarez y al tío Orencio Barrera. Montaron a los tres en un coche y se los llevaron a un viaje del que no volvieron. En el centro de la plaza quedó sola su esposa, penando por haber impedido la huida de su marido y gritando para que se enteraran los vecinos más carcas:
-“¡Cobardes! ¡Ya lo habéis conseguido! ¡Canallas! ¡Criminales!”

Julián y los otros dos detenidos estuvieron presos en Zaragoza hasta el 28 de septiembre, en el que participaron de una saca en la que los fusilaron.
Los intentos de su esposa por conseguir la liberación de su marido a través de contactos militares no sirvió de nada. A los dos días de su asesinato el teniente coronel José Toledo, amigo de la familia bajo cuya protección creían que estaba, les escribe:

Zaragoza 30 de septiembre de 1936

Estimada Petrica: Recibe mi más sentido pésame por la muerte de tu esposo Julián, y perdona que no te diera la noticia personalmente, me faltó valor para comunicarte noticia tan tremenda, cuando fui al Frontón Aragonés ya lo sabía, pero tuve miedo de comunicarte tan desagradable noticia, Dios haya perdonado a Julián y le haya concedido el descanso eterno, el que concede a los que mueren dentro de su Religión.
Yo tenía seguridad completa no saldría de la cárcel hasta después de celebrado el Consejo de Guerra, pero las circunstancias me han demostrado estaba muy equivocado al pensar en la forma en que lo hacía, es la primera vez que ocurre esto, el Juez no quería creer la noticia y tuvo que convencerse cuando fue a la cárcel y se lo dijeron. No sé qué ha pasado y es imposible averiguarlo.
Para que veas la seguridad que tenía yo, te remito la carta que escribí a Julián el 26 y que me ha sido devuelta por no sé quién pues no firma ni pone fecha.
EStoy haciendo averiguaciones para saber donde está enterrado y para ello necesito que me digas qué marcas llevaba en la camisa, calzoncillos, camiseta, que traje llevaba, si llevaba alpargatas, o zapatos así como el color de los calcetines, te pregunto esto porque no se les encontró documento alguno que acreditara quien era cada uno de los fusilados, enviame esta noticias cuanto antes para continuar mis investigaciones, yo creo, por las noticias que tengo, que está enterrado en el Cementerio de Torrero pero para confirmarlo dime lo que te digo.
He preguntado si podía recoger la ropa que hubiera dejado en la cárcel y me han dicho que tienen la costumbre los demás presos de repartirse lo que pertenece a los que sacan de la cárcel.
Di a tu hermana que hasta hoy no se tienen noticias del regreso de las baterías, que mañana volveré a preguntar y os volveré a escribir para ver si puedo darle buenas noticias.
Que Dios te conceda lo que yo le pido, o sea salud para que puedas sacar tus hijos adelante, y al mismo tiempo os dé a todos resignación cristiana para soportar tan terrible prueba como la que estáis pasando, yo así lo deseo y pido a Dios por Julián, desde su muerte oigo misa diaria y la aplico por su alma así como el Rosario que rezo diariamente.
Cariñoso recuerdo a tu familia y sabes os quiere a todos tu amigo.
José Toledo

Es ridículo el intento del militar de querer mostrar como una irregularidad las sacas en las que fusilaban sin juicio previo a los presos. En la práctica era una orden de la autoridad militar la que fijaba las personas que iban a ser ejecutadas cada día. De hecho, en uno de los párrafos de la carta hace referencia a cómo sus compañeros de celda se reparten la ropa de las víctimas de las sacas de presos, por lo que el sistema se adivina como una práctica habitual. Las invitaciones a la resignación cristiana y las oraciones de quienes matan en nombre de la religión, todavía le parecen al hijo de Julián más insultantes.
Al igual que hemos visto con otras víctimas, la venganza contra los republicanos no acaba con su muerte. Es necesario humillar y amedrentar a su viuda e hijos y desposeerles de todos sus bienes.
El hijo de Julián Ezquerra narra cómo El Royo la Huerta se presentó en su casa armado hasta los dientes, les encañonó, llenó de insultos y les invitó entre gritos y carcajadas a ponerse de luto por un padre que todavía estaba preso; cómo las Hijas de María se presentaron en su casa vestidas de falangistas para pedirles las banderas de la República y quemarlas en la plaza mientras bailaban en un corro; cómo una compañía de requetés llega al pueblo y requisa a las familias de los represaliados de sus alimentos y enseres y obliga a su peón a abandonar el pueblo, prohibiéndole bajo pena de muerte volver y dejando a la viudad sin la ayuda de ningún hombre para las tareas del campo; cómo obligan a bautizar a la hija menor, que no lo estaba; cómo obligan a las hijas de los fusilados a ir a la doctrina con las monjas, donde vejan a sus padres; cómo las cosechas de los fusilados son recogidas por los adictos al régimen, así como la trilladora y los bienes de las asociaciones de izquierda.
Tras los fusilamientos, el conde convocó a las viudas en su palacio, donde les comunicó que tenían que abandonar el pueblo en el plazo de un mes. Con la viuda del alcalde se reunió a solas, para informarle que había tenido el placer de darle él personalmente el tiro de gracia. Su hijo lo narra así:
“(...) Pero aquí se encontró con algo que no esperaba: en vez de sollozos y lamentos de una mujer amedrentada y hundida, tuvo que oír la fría contestación de mi madre a la que, como puede comprenderse, ya todo le daba igual:
-¡Pues vaya honor para un señor conde, descender a matar a un hombre indefenso!
El conde montó en cólera.
-¡Eres igual que él!¿Sabes que llegué a ofrecerle la libertad sise sometía?¡Fuera de mi vista!Vete enseguida del pueblo y no permito que te lleves nada de los campos ni de la casas. Y da gracias que soy cristiano y dejo que te lleves los muebles para que puedan dormir tus hijos. ¡Ah, y no te molestes, jamás sabrás en dónde está enterrado tu marido!”

La viuda se escribió cartas a todas las casa que le suministraban para que fueran a retirar los artículos de ferreterías, los sacos de alpargatas, las conservas, etc. en pago de las letras y deudas pendientes; dio la pareja de bueyes, el caballo, las gallinas y el tocino a su hermano Dámaso; vendió al tío Colmano de Garrapinillos las colmenas de la partida del Botollo; y aun labrador de Utebo las prensas de vendimiar y empacar, que hubo de llevarse a escondidas por la noche. Los vecinos que tenían cuenta la tienda excusaron su pago de mala manera. Sólo el tío Riquelme, guarda del Soto, sin tierras, cargado de hijos y con uno de ellos fusilado, pagó íntegra su cuenta.
Con ese dinero la viuda y su hermana Concepción, también expulsada del pueblo, y sus seis hijos marcharon a un exilio a Zaragoza, donde alquilaron un modesto piso en el barrio de Las Delicias.


El caso de Julián Ezquerra es la muestra de cómo se trunca salvajemente un republicanismo democrático, laico y reformador, no revolucionario, de unas clases medias locales que habían optado por colaborar con la modernización de sus localidades, amparados por las reformas iniciadas por la República. Las élites tradicionales latifundistas, los defensores de un sistema teocrático, el Ejército y la Guardia Civil sublevados y los pistoleros de falange y del requeté se ocuparon de acabar con ellos.

Texto: F.J.B.L.
Fuentes: EZQUERRA EZQUERRA, J.(1998) Un ayer que es todavía
SALOMÉ, MÁRMOL Y TIERRA

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